Y se llamaba radiante como el sol, pero era blanca, fresca y pura como la luna llena o un jazmín en plena floración. Con tanta magia como un hada, potencia de mi surrealismo, pero algo existente como mis dolores que ya con estos pocos años no me apañan para nada y tanto me pesan.
Casi como un veneno de máxima ponzoña, iba por venas quemando a su paso sin la necesidad de la luz guía o del incapaz destino de los mortales. Fuerte e intensa transitaba en maratónica evasión mientras pillaba servidores con sus encantos de mujer, encantos de ser impropio al mundo, encantos ninguna vez vistos pero verdaderamente presentes.
Era tan llena de energía y fecunda como el fruto de su nombre, imparable e imponente pero sin dejar su timidez e inocencia de lado. Sutil pero letal combinación; a la que los “cualquiera” como uno no podemos resistir; su atmósfera era una rara mixtura de momentos taciturnos y fuertes, carácter y sumisión, paradójicas pero posibles antonimias en su existencia.
Abrumante desde su andar a su perfume inconfundible, fragancia a coqueteos que hasta el día de hoy puedo reconocer con mi vago registro en el camino hasta dos horas después de su paso. Así yo se que existe y así la busco, se que verla no fue un sueño ni una aparición divina de posible y loca descripción parapsicológica. ¡No! yo se que existe, que vive; que ama y que quizás así tal vez muere.
(foto : juli cementerio, "Es el ángel que te cuida, que se está muriendo acá")