Al fondo, y por detrás de mí, repercute un legüero que inicia una chacarera a la que se le unen oscilantes cuerdas deshechas de una guitarra; casi quejándose como de algún mal, se junta el alarido del “doble AA” del abuelo, tocado por don Simeón.
En pleno baile la polvareda se levanta junto a los pañuelos changos que revolotean la cancha en hombradas de sospechados intereses para consumar. Las chinitillas y sus trenzas rematadas en moños brillan al sol, escondiéndose en los giros de la danza haciendo caso omiso al cortejo de su varón.
Todo es fiesta en el pago, todo es color en las caras redondas y felices de mi gente. Yo; disfrutando el espectáculo, retraído en un rincón, encumbro mi vaso ancho a mis labios y paladeo el syrah estimulando el último sentido yermo que me queda, siento que la tierra es montaña y el agua-sangre de las vides me completa.